Salón de Entrada

Buenos días y bienvenidos a este pequeño rincón de la imaginación y la fantasía. Soy el Gran Bibliotecario de este lugar y seré su anfitrión en este paseo por los otros mundos. En esta biblioteca ustedes encontrarán relatos para todos los gustos: algunos les asustarán, otros les conmoverán, quizás se rían con algunos de ellos y espero que todos ellos les hagan vibrar de emoción.

Las obras que les iré presentando han ido surgiendo de mi humilde cabeza durante años. Algunas son obras primerizas, antiguas y, por tanto, ingenuas y con un idealismo propio de la juventud. Otras son historias de madurez, no aptas para todos los públicos y donde intento reflexionar sobre los temas que me preocupan. Sea como sea, espero que sean de su agrado, y por supuesto estoy dispuesto a recibir todo tipo de comentarios para, quizás en el futuro no escrito todavía, mejorar y ofrecer mejores historias que las presentadas aquí.

En cada entrada pondré un relato, o parte de él si resultara de una extensión inapropiada para una sola entrada de blog. También pondré el título de la historia y la fecha aproximada en que fue escrita.

Espero que disfruten con las historias, fantasías y sueños escritos en pergamino que presento aquí tanto como yo disfruté imaginándolas y transcribiéndolas para todos ustedes.

Y sin más preámbulos, pasen dentro de la biblioteca y espero que disfruten de su visita.

sábado, 26 de junio de 2010

El Apóstol

Escrito durante el verano de 2007.


Extraído del diario personal de Roland Jette, Capitán del Acheron.

El fuego crepitaba en la chimenea con una pasión desenfrenada, con una fuerza semejante a la que podía generar un huracán. Yo y mis compañeros nos encontrábamos resguardados en la cabaña, perdida en lo más profundo de un islote sin nombre. Afuera llovía, de una manera atronadora, como si el propio Poseidón hubiera montado en cólera por nuestros terribles actos de piratería.

La cabaña era un lugar triste y desolado, adornado únicamente por unas cuantas sillas, una mesa, la chimenea y unos cuantos animales disecados que colgaban de las paredes. Algunos de los animales que posaban para nosotros con orgullo eran totalmente desconocidos para mí. No me atrevía a preguntar a mis compañeros qué clase de criaturas eran, para no demostrar mi gran ignorancia respecto a esto. Sin embargo, algunas de esas criaturas me ponían los pelos de punta. No era posible que en el mundo natural hubiera seres semejantes.

Aquél dia, sin embargo, era un día de fiesta para nosotros, a pesar del ambiente lúgubre iluminado únicamente por el impetuoso fuego. Habíamos conseguido un gran botín tras asaltar aquel barco español cargado de oro. Mi papel, por supuesto, se había limitado a permanecer en retaguardia mientras mis compañeros pasaban por el sable a todos aquellos que se atrevieron a oponerse a nuestro asalto. El botín fue considerable, y tras hundir el barco enemigo, acudimos a este islote sin nombre, donde nos encontrábamos ahora, repartiendo el botín y emborrachándonos sin control.

No sabría como explicarlo, pero me costaba unirme al jolgorio general de la escena. Había sido un buen golpe, sí, pero temía que hubiéramos atraído demasiado la atención de la Armada Española. Tarde o temprano vendrían a buscarnos, y no repararían en gastos para recuperar su tesoro.

Mientras pensaba en todo esto, una ráfaga de viento me sacó de mi ensoñación y vi como uno de los piratas salía de la cabaña, mientras groseramente nos comunicaba su intención de ir a orinar.

No he asimilado muy bien todavía ese lenguaje zafio y grotesco que suelen usar los piratas, aunque espero que con el tiempo pueda erradicar mis modales adquiridos durante la infancia en la mansión de mis padres.

No sé cuanto tiempo pasó, pero creo que fue el suficiente para que la gente empezara a inquietarse por el pirata que había salido a mear y que aún no había vuelto. Otro de los piratas (no sé ni quiero saber su nombre) decidió salir también para vaciar su vejiga y de paso buscar a su compañero perdido. Los demás ignoraron que su compañero se había ido y siguieron con su borrachera y sus partidas de cartas.

De repente, el cristal de una de las ventanas de la cabaña se rompió, lanzando miles de cristales en todas direcciones. Este suceso, sin duda, nos alertó a todos. El capitán, temiendo que los españoles nos hubieran seguido hasta este lugar, sacó presto su sable y se preparó para lo peor. Muchos otros siguieron su ejemplo. Yo me agazapé contra una esquina de la cabaña y me quedé muy quieto. Pasaron unos segundos que se me hicieron tan largos como un día sin pan, pero nada ocurrió.

El ambiente en la cabaña se había puesto tenso de repente. Un mortal silencio invadía toda la escena, interrumpida solo por el sonido de la lluvia y el viento que venía del exterior, a través de la ventana rota. Algunos piratas sacaron sus pistolas, apuntando a la oscuridad que había al otro lado de la ventana, mientras que el resto vigilaba que nadie (o nada) entrara por la puerta. Así estuvimos durante un largo e interminable minuto.

Mi horror se hizo patente cuando advertí que el pomo de la puerta estaba girando. No debía ser el único que lo vio, pues muchos de mis compañeros se volvieron hacia la puerta, esperando con sus pistolas a que entrara nuestro asaltante. El pomo fue girando cada vez más rápido, hasta que hizo el movimiento completo y la puerta comenzó a entreabrirse.

Lo que vino a continuación es difícil de recordar, puesto que sucedió todo muy rápido. Cuando la puerta terminó de abrirse, varias pistolas fueron disparadas, impactando en el cuerpo de un hombre, que cayó al suelo acribillado. Para nuestra desgracia, observamos que el hombre que habían abatido era uno de nuestros compañeros que habían salido fuera, lo que hizo que el capitán enfureciera. Sin embargo, no tuvo demasiado tiempo de lamentarse, pues dos disparos atronadores surgieron de la oscuridad de la ventana rota y fulminaron en el instante a dos de mis compañeros.

Todo el mundo se alejó de la ventana, echando el cuerpo a tierra por si se producía una nueva descarga de pólvora. El capitán y otros piratas comenzaron a recargar sus propias pistolas, y de nuevo el silencio reinó en la habitación. Pasamos en esta terrible situación durante un par de minutos más, hasta que uno de los piratas, cansado de tanto esperar, se levanto para dirigirse a la ventana y disparar su proyectil al hombre que estaba cazándonos.

El pobre diablo no llegó a efectuar su disparo, pues un virote certero le atravesó la garganta, tirándole de nuevo al suelo y haciendo que su muerte fuera lenta y agonizante. Mis compañeros, confiados al ver que nuestro enemigo usaba simples virotes, se confiaron y se arrastraron hacia la puerta de la cabaña, esperando salir de ella y rodear a la sombra invisible que nos amenazaba. Cuando uno de los piratas abrió la puerta para salir, un líquido verdoso le cayó en todo el rostro, haciendo que se cayera al suelo, agonizando por las terribles quemaduras que le provocaba una especie de ácido verdoso.

Los demás piratas, haciendo honor a aquella valentía que surge de la estupidez, salieron corriendo de la cabaña. Yo preferí quedarme dentro, junto a los cadáveres de mis compañeros, demasiado aterrorizado para hacer nada.

Los siguientes minutos fueron un caos. La noche se tornó día cuando varios fogonazos de disparos tronaban por toda la selva, mientras mi capitán intentaba dar algunas órdenes incoherentes a sus hombres. Pronto, los disparos fueron sustituidos por los gritos de agonía de mis compañeros. Yo seguí acurrucado en mi esquina, sollozando ante la masacre que se debía estar produciendo.

Al final, saqué valor de donde pude y me arrastré hacia el otro lado de la habitación, donde se encontraba el tesoro saqueado a los españoles. Mi idea era coger un poco para mí y huir de aquel infierno cuanto antes. El olor a pólvora era cada vez más intenso, y estaba comenzando a marearme de los nervios.

Hasta que, de repente, todo sonido de violencia cesó. Yo ya había dado cuenta de parte del oro y las joyas, pero de nuevo el temor me invadió. ¿Y si nuestro enemigo había acabado con todos mis hombres y estaba esperando a que saliera? Puede que todo fuera una trampa y estuvieran fuera emboscando a los que quedáramos dentro. Decidí que era más sensato volver a mi esquina y quedarme allí, intentando pasar desapercibido.

Un golpe seco me sobresaltó de nuevo cuando vi a mi capitán, con el sable en una mano y la otra tapándose una gran herida en el hombro, entrar en la cabaña, completamente exhausto. Miró y vio que yo era el único que quedaba con vida. Me ordenó que corriera, que saliera por la ventana y huyera. Entre sus palabras incoherentes llegué a comprender algo sobre ocultar un mapa que indicaba la localización de un gran tesoro. Yo no sabía a qué se refería, y el miedo me impedía mover los músculos.

Súbitamente, un nuevo disparo de pistola impactó sobre el capitán, hiriéndole en la pierna derecha. El capitán cayó al suelo, sangrando y sin poder detener sus numerosas hemorragias. Y entonces lo vi.

Su presencia era imponente. Era alto y vestía con unas túnicas de monje, unas túnicas marrones. Sin embargo, sus botas eran más propias de un aventurero. Su cara iba cubierta con una capucha y, por tanto, no pude distinguir su rostro. En una mano sostenía una ballesta de repetición, y en la otra una pistola de balines que aún humeaba. En su cinto podía verse una magnífica cimitarra de una factura hermosa y que, deducí, debía ser un arma poderosa en combate. Por si fuera poco, además iba armado con numerosas hachas arrojadizas, que seguro eran un arma mortal en sus manos.

Yo me encontraba paralizado por el terror, y me quedé embobado mirando la figura de nuestro atacante. ¿Él solo había provocado esta carnicería? ¡No podía ser! ¡Solo era un hombre! Pero… ¿Y si no lo era? Había oído demasiadas historias sobre fantasmas del mar vengativos, y al final me rendí ante la superstición.

La sensación de desesperación en aquella habitación aumentó cuando nuestro atacante habló, con una voz gélida y carente de emoción alguna. Intentaré transcribir aquí el diálogo de lo que se dijo aquella noche, pues puede resultar de interés para aquel que lea esto y que pretenda protegerse de semejante demonio:

- Donde está – dijo nuestro atacante, con esa voz átona y seca.

- ¡No lo sé, te lo he dicho! – mi capitán le respondió como pudo, mientras tosía y escupía sangre.

- No mientas, Kirk. Tú tienes el mapa, y lo quiero ahora.

- ¡No sé de qué mapa me hablas, desgraciado! ¡Llévate todo el oro, pero no me mates!

Nuestro atacante sonrió, o al menos eso dejó entrever su tono de voz tras la capucha.

- Kirk. Escúchame atentamente. No necesito ese triste oro que robasteis a los españoles. Sólo tu cabeza ya vale 500.000 doblones. Eso sin contar con las cabezas de todos tus secuaces. Probablemente, entre todos suméis unos 800.000 doblones. Bastante más de lo que vale todo ese tesoro que habéis robado. Así que… - en ese momento se agachó, acercando su cara a la de mi capitán – Dame una sola razón por la que no debería matarte ahora mismo y cobrar mi merecida recompensa.

- ¡Haz lo que debas hacer, sabandija! – y escupió contra nuestro enemigo, quien apartó su cara lentamente de la del capitán y comenzó a limpiarse la capucha de la sangre y saliva del escupitajo.

- No estás siendo razonable, Kirk. Verás. Realmente no he venido a cobrarme la recompensa. Sólo quiero el mapa. Si me lo das, olvidaré lo que ha pasado aquí y dejaré que tú y tu grumete salgáis con vida de esto.

Yo deseaba en mi interior que mi capitán fuera razonable y le entregara el mapa. Así podría evitar mi horrible y trágico destino final. Sin embargo, mi capitán era más orgulloso de lo que yo pensaba.

- ¡Un cobarde como tú nunca conseguirá llegar allí! ¡Antes arderé en el Infierno que entregarte mi mapa!

- Bien. Veo que ya has tomado tu decisión. Encontraré el mapa, tanto si me ayudas como si no. Espérame en el Infierno.

En ese momento, nuestro enemigo levantó su ballesta de virotes y disparó contra el capitán. Su cuerpo quedó flácido e inerte. Lo que significaba que solo quedaba yo. Y yo no sabía nada de mapas ni tesoros, yo quería volver a la plantación de mis padres y cultivar azúcar.

Lentamente, el misterioso asesino se acercó a mi y me ordenó que me levantara.

- Hmmm no hay recompensa por tu cabeza. No tendría objeto matarte. Aunque claro… siempre puedes ser más razonable que tu capitán y decirme donde tenéis el mapa. Conseguí articular unas pocas palabras mientras tartamudeaba del temor a perder mi propia vida si no le ayudaba.

- Señor… no… no lo sé. Yo soy nuevo en el barco. Solo llevo una semana a bordo. Ni… ni siquiera sabía que mi capitán tuviera ningún mapa específico, ni sé adonde lleva. ¡Se lo juro, señor!

- Te creo. No creo que Kirk fuera tan estúpido de traer el mapa a esta cabaña roñosa. Tengo una ligera idea de donde puede hallarse escondido.

- Entonces… ¿me va a matar? – dije con angustia.

- Te he dicho ya que no vales nada para mí estando muerto. No hay recompensa por tu cabeza, así que sería un malgasto de munición acabar contigo. A no ser que tengas ilusión por reunirte con tus compañeros.

- ¡No, señor, ya está bien así! ¡Gracias, señor, gracias!

- Vete de aquí, gusano. Ahora eres el capitán y el único tripulante delAcheron. Buena suerte. Quizás algún día valgas lo suficiente para que me interese por ti.

- Si, señor, lo que usted diga, señor.

Me levanté corriendo y me dirigí hacia la puerta, completamente aterrorizado. Salí de la cabaña y el asesino cumplió su palabra y me dejó en paz. Sin embargo, ahora que estaba a salvo, la curiosidad vencía al terror. Así que volví. Me asomé por la puerta, y el asesino seguía exactamente donde le dejé, mirando hacia el cuerpo del capitán muerto. Sin embargo, junto a él ahora había un perro, un pastor alemán anciano y de pelaje gris. El asesino parecía estar hablando con el chucho, lo que me sorprendió. Cuando el asesino advirtió mi presencia, me miró con cierto hastío.

- ¿Qué quieres ahora? Te he dejado vivir, ¿no? Disfruta de tu libertad.

- Señor, solo quería saber una cosa… ¿Cuál es su nombre?

Pareció pensárselo un poco antes de contestar.

- Mis enemigos me conocen como el Apóstol.

- ¿Es usted un sacerdote, señor? – contesté confundido.

- ¿Acaso importa? – y clavó su penetrante mirada en mí.

- No, señor, supongo que no.

- ¿Qué es lo que espera encontrar exactamente en el lugar que marca el mapa?

- Si te lo dijera, tendría que matarte – me contestó mientras se agachaba y acariciaba al perro.

En ese momento es cuando decidí que era muy sensato salir huyendo de allí para no volver jamás. Volví al Acheron con el poco oro que había podido robar de la cabaña, tomé uno de los botes salvavidas y puse rumbo hacia el horizonte, esperando que algún barco, aunque fuera de la Armada Española, me rescatase. Ahora estaba a salvo, pero el recuerdo de aquella noche me perseguiría por siempre. Y sobretodo el rostro de aquel despreciable ser. El Apóstol. Nunca olvidaría ese nombre. Me juré a mí mismo que, hasta el fin de mis días, impediría que ese hombre, si es que era un ser de carne y hueso, se hiciese con el mapa del capitán Kirk y llegase adonde sea que lleva el mapa. Lo juré por mi alma y por todo lo que es bello y honrado en este mundo.

El primer paso sería encontrar una nueva tripulación.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado, algo Lorente el personaje (starwars), y la verdad me suena haberlo leido u oido esa historia antes.

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  2. Te suena te suena, es porque la escribí (con algunos cambios) para la partida de One Piece que hiciste por aquella época en que estabas cojo XDD

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