Escrito en Enero de 2003
Chiang-Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar, ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu. Observó rápidamente a su alrededor, buscando desesperadamente unos brazos humanos a su alrededor. Pronto respiró aliviado, al comprobar que poseía sus dos brazos, con sus maravillosos cinco dedos en cada mano. Pensó que ese tipo de cosas no se apreciaban hasta que uno las echaba de menos. No obstante, no tenía nada de que preocuparse, pues allí estaba él, Chiang-Tzu, de una pieza.
Cuando Tzu miró a su alrededor pudo observar las translúcidas paredes de papel que separaban su habitáculo del resto de las habitaciones del templo. Las paredes de papel tenían un color pálido entre el blanco y el marrón. En la habitación sólo había una manta que se usaba para dormir y una jarra con agua. El resto de la habitación estaba ocupada por Tzu y por el aire de la montaña. Sin embargo, el habría jurado que había algo más en la habitación, una presencia inexplicable. Tzu pensó que debía estar afectándole ese sueño, y no pensó más en ello. El ambiente enrarecido de la habitación empezó a oprimir el alma de Tzu, que llegó a la conclusión de que odiaba aquel lugar.
Llevaba tres meses allí, practicando el arte de la meditación, en la paz más absoluta. En el templo taoísta de Lao-Tse nunca había ruido, jamás se oyó mayor sonido que el de los pájaros cantando en los jardines, gobernados por sauces llorones que reflejaban la tristeza del lugar; nadie podría haber dicho que allí se incumplía el voto de silencio que todos los residentes del templo juraban al entrar (ya fueran maestros o aprendices) Nadie hablaba jamás en aquel templo... hasta aquella mañana en que Tzu despertó de su peculiar sueño con un grito ahogado.
Cuando Chiang-Tzu se pudo calmar, se levantó y comprobó que tenía la frente cubierta de sudor y le costaba respirar. Tzu era un hombre pragmático; no creía en algo que se escapara a su mente racional. De hecho, últimamente Tzu no creía nada de nada, ya que la meditación le había dejado prácticamente insensible. Pensó esto en los escasos segundos que tardó en escuchar cómo se acercaban unos pasos acelerados a su habitáculo y enseguida vio al maestro taoísta del templo descorrer hacia un lado la puerta de papel de color beige y entrar en la habitación. Su expresión era furiosa, de eso no había ninguna duda. El monje no pronunció palabra, simplemente miró a Tzu. Él no necesitaba oír nada más: entre los monjes todo se decía con la mirada.
Y eso le bastó a Tzu para saber que ya era hora de marcharse del templo.
Nadie salió a despedirle cuando, minutos después, salió del templo por una gran puerta doble de madera pintada en tonos negros y rojos, decorada con grabados orientales dorados. El templo seguía en un silencio sepulcral cuando subió una hondonada y tomó el Gran camino del Este, que le llevaría a Pekín en busca de la civilización, algo añorado por Tzu desde hacía muchos años. Su carácter rebelde y a menudo antisocial le había llevado a abandonar su hogar hacía ya seis años, en busca de un sentido para su infeliz existencia llena de amargura. Durante su infancia buscó siempre el afecto de sus congéneres, pero estos se limitaron a ignorar a Tzu durante años, tomándolo por un niño problemático y molesto. Cuando descubrió el camino Taoísta, pensó que había encontrado una respuesta a sus plegarias, pero ahora había vuelto a perder el interés por la vida, y estaba dispuesto a abandonar la vida monástica y lanzarse al vicio más sórdido, con el fin de acabar pronto su existencia. “¡Y todo por culpa de aquella mariposa!” pensó Tzu mientras espantaba a un insecto que le estaba revoloteando. Lo que Tzu no sabía es que aquel insecto le proporcionaría lo que siempre había deseado.
Mientras avanzaba por el camino de tierra, el cual serpenteaba entre una maraña de árboles que formaban el bosque de la región, Tzu pensó que los monjes habían sido inteligentes al situar el templo en un valle hundido en medio de un bosque. Así evitarían la llegada inoportuna de curiosos y mirones. Se dijo que no debía pensar más en el templo, pero no podía evitarlo. Era la tercera vez que lo expulsaban de un templo por romper el voto de silencio. Y siempre por culpa del mismo sueño. Tzu no se podía explicar qué fuerza maligna se introducía en sus sueños y le obligaba a romper su voto de silencio, por el cual había luchado durante años. Llevaba media jornada de camino por el camino serpenteante, acompañado únicamente por los gorriones que invadían el silencio del bosque con su bello canto, cuando advirtió una luz brillante encima de una extraña piedra al lado del camino. Tzu no era de naturaleza curioso, pero no pudo resistirse a echar una ojeada a semejante fenómeno. A medida que se fue acercando a la luz pudo comprobar que una diminuta silueta se empezaba a dibujar entre la luz: era demasiado familiar para él... pero no sabía por qué. Cuando estuvo cerca de la luz, contempló a una mariposa batir sus alas grácilmente. Era ELLA, la mariposa de su sueño.
Tzu se sentó al lado de la piedra, pensativo, esperando resolver de alguna manera el significado de sus enigmáticos sueños. Estuvo allí tres horas, en silencio, intentando pensar qué hacer: no sabía si hablar a la mariposa o seguir contemplando su rápido y multicolor batir de alas; ella a su vez le contemplaba a él, o eso creía Tzu. Al fin se decidió a decirle algo a la mariposa; No tenía nada que perder:
- ¿Qué eres tú exactamente y por qué me persigues? – dijo Tzu.
A su mente llegó una voz que lo dejó atónito; algo que sus oídos nunca habían podido escuchar físicamente:
- Soy una mariposa, ¿no lo ves? Si quieres hablar conmigo, puedes hacerlo con tu mente; yo percibiré todos tus pensamientos. Es mejor eso a que otra gente te vea hablando solo, ¿no crees?
- Desde luego – respondió Tzu - ¿Realmente eres una mariposa? ¿Cómo puedes hablar conmigo? ¿Y cómo puedes leerme la mente?
- Naturalmente, no soy una mariposa de verdad. Las mariposas no hablan. Soy una persona encerrada en el cuerpo de una mariposa. Antiguamente me solían llamar Chen.
- Entonces, ¿eres una mujer?
- Sí, solía serlo.
- No me lo puedo creer – dijo Tzu – mi suerte va de mal en peor: me expulsan del templo y ahora estoy manteniendo una conversación con una criatura que ha creado mi desquiciada mente.
- El hecho de que tu cerrada mente no pueda entender algo, no significa que no exista. Soy tan real como tú, y estoy aquí con un propósito.
- No me puedo creer que una mariposa parlante me esté persiguiendo. Bueno – sonrió Tzu sarcásticamente - ¿y cual es ese propósito?
- Te llevo observando desde hace un mes. Te veo todas las noches cuando duermes y algunas veces incluso he conseguido entrar en tus sueños. Durante estos días me he propuesto protegerte de todo mal.
- Pues si querías protegerme, lo mejor que podrías haber hecho es dejarme en paz, ¡has arruinado mi vida y lo poco que me quedaba de cordura! ¡Ahora estoy solo, desesperado, sin un lugar adonde ir! ¡Te odio!
La mariposa comenzó a sollozar, o eso creyó Tzu, porque realmente él no sabía si las mariposas lloran.
- Lo siento, no quería ser tan duro, pero no puedo evitar ser así; ya lo decían mis padres, siempre lo dijeron: “Este niño no es normal, algún día acabará mal” – exclamó Tzu, en parte arrepentido por haber hecho llorar a la mariposa.
- No importa, estoy acostumbrada a recibir este trato. Pensé que serías alguien diferente a los demás, pero creo que me equivoqué – respondió Chen entre lágrimas.
- ¡No, por favor, no pienses eso, no tenía intención de herirte! Por favor, no te sientas mal, te rogaría que me acompañaras en mi camino a Pekín y pudiéramos hablar.
- ¡NO, NO DEBES IR A PEKÍN! – gritó Chen con su vocecilla – Si vas allí y te lanzas al vicio, el suicidio más lento que existe, no lograrás ser feliz jamás.
- ¿Y como sabes tú que yo pensaba hacer eso?
- ¿Recuerdas? Puedo entrar en tus sueños, leer tu mente y saber todo lo que se te ocurre. De todos modos, pienso convencerte de que no malgastes tu vida y por eso te acompañaré. Para cuando lleguemos a Pekín, cambiarás de idea.
- Lo dudo mucho – dijo Tzu levantándose del suelo y retomando el camino, con la mariposa a su lado.
Tzu y Chen continuaron avanzando por el camino, conversando. Tzu le contó la triste historia de su vida a Chen, la cual se sintió conmovida. Tzu pensó que, de alguna forma, se sentía atraído por Chen, pero no sabía porqué. Al menos agradecía el poder tener un compañero de viajes con quien poder mitigar su eterna soledad.
Al final de la tarde, mientras el sol empezaba a tomar un color rojizo y se perdía por debajo del horizonte, Tzu y Chen hicieron un alto en el camino en un pequeño claro en medio del bosque, cerca de donde discurría un pequeño afluente del gran río Yang-Tsé. Mientras la mariposa Chen contemplaba fijamente a Tzu, este se dedicó a buscar comida y leña para acampar y hacer una hoguera. Tras haber hecho esto, cocinó algunos frutos secos del bosque y se los tragó, más que nada por no morir de hambre, porque era una comida realmente pobre. Tzu no era bueno cazando ni recolectando; por eso no era bien tratado en su familia, unos miserables granjeros que le daban más valor a la tierra y a los animales que a su propio hijo.
- Tengo que confesarte una cosa – dijo la mariposa de repente, sacando a Tzu de su ensimismamiento.
- Te escucho – dijo Tzu, aún con la boca llena.
- Aun no te he explicado para qué estoy aquí.
- Es cierto, no he hecho más que hablar yo. Cuéntame tu historia.
Tzu escuchó atentamente todas las palabras que dijo la mariposa Chen. Ella le contó como pasó de ser una persona a ser una mariposa de vivos colores. Le explicó los motivos por los que, por algún extraño milagro, volvería a ser humana si alguien le declarara amor eterno. Tzu no salía de su asombro.
- Entonces, tú eras una mujer antiguamente.
- Exacto.
- Y sufriste mucho porque los hombres nunca te trataron con respeto.
- Si.
- Entonces, cuando hace unos años te quedaste dormida en medio del bosque, en pleno invierno, moriste, ¿no?
- Si, así es.
- Entonces, por Gracia Divina fuiste transformada en una mariposa, y estarás así hasta que algún hombre te ame de verdad y tú lo ames a su vez.
- Si, lo has entendido perfectamente.
- Bueno, ¿y que tengo que ver yo con todo eso? – preguntó Tzu, aunque ya sabía la respuesta.
- Tú eres la única persona que puede devolverme a mi estado original. Tú eres la única persona en el mundo que puede hacerlo, porque.... te quiero.
Tzu escupió de repente los últimos restos de comida que tenía en la boca, y empezó a toser, sorprendido por lo que acababa de decirle Chen. En unos escasos segundos, toda la vida de Tzu pasó por delante suya. “Pensándolo bien, no es una idea tan descabellada; por supuesto, en caso de creer la historia de la mariposa” pensó Tzu. Un dolor que no había experimentado jamás le empezó a punzar el corazón; la sensación de vacío que le había acompañado siempre, desapareció de repente; había una persona en el mundo que LO AMABA. Este sentimiento, nuevo para Tzu, lo dejó desconcertado. Deseaba creer en la palabra de la mariposa, pero su mente racional se lo impedía. Pronto notó como le faltaba la respiración, y esa sensación extraña le impidió ver como Chen sonreía, satisfecha y complacida.
- ¿No te das cuenta? Has sacrificado gran parte de tu vida para poder encontrar el Tao; y en parte lo conseguiste. Pero en el momento en que conseguiste tu objetivo no te quedaron metas por las que luchar. Tu vida dejó de tener sentido. ¿Me equivoco? – dijo la mariposa con un tono divertido.
Tzu permaneció quieto, luchando por acabar con ese pinchazo inexplicable que invadía su corazón, mientras le intentaba decir a la mariposa Chen que tenía que pensarlo.
- Por supuesto, no tengo ninguna prisa. Después de cinco años de vagar por el mundo buscando al ser que me liberara de este cuerpo, ahora puedo esperar un poco más. Pero recuerda esto: Trata de conocerme como yo te conozco, amarme como yo te amo, sentir lo que siento por ti, desearme como te deseo, quererme como te quiero, añorarme como te añoro, que todo surja entre nosotros y apartemos nuestros temores.
Tzu se fue a meditar una vez más, como largamente había hecho durante toda su vida. Pensó en lo que le había dicho la mariposa, llegó a la conclusión de que no podía estar engañándole, pues ya le había dado suficientes muestras de su poder mágico. Pero, por otro lado, Tzu jamás había creído en la magia, aunque las leyendas que había escuchado de niño le enseñaron a creer siempre en ella. Tzu continuó así, debatido entre dos pensamientos, durante horas. En un momento dado, pudo escuchar como la mariposa emitía un canto suave al otro lado del claro. Era una melodía melancólica y triste que narraba su desdicha.
Horas después Tzu tomó una decisión, se levantó y volvió para hablar con Chen, que dejó inmediatamente de cantar:
- ¿Por qué yo? –dijo Tzu.
- Porque eres un alma pura y virgen, estás atormentado porque el mundo no ha sabido darte cariño. No eres prisionero de la maldad de la civilización, y por eso eres la persona que amo. Al principio no lo tenía claro, pero tras observar tu silencioso llanto en el templo, comprendí que debía ayudarte; así como ayudarme a mí también, por supuesto – contestó Chen tranquilamente.
- Está bien, me lo tengo que pensar muy detenidamente. Tengo que conocerte, y me arriesgaré a confiar en ti, aunque nunca he creído en la magia ni en los encantamientos. Acompáñame hasta Pekín y cuando estemos llegando, te diré mi respuesta. ¿Conforme?
- Conforme – contestó Chen, mientras Tzu observaba cómo le brillaban sus ojos. Quizá de felicidad, pensó Tzu. Eso creía él... eso deseaba él.
Tzu continuó el camino hacia Pekín, acompañado de la mariposa Chen. Muchas veces recordó durante el viaje esos días del pasado, aquellos días de infancia en el campo, con sus padres; descaradamente despreciado por ellos, ignorado por el resto del mundo, hasta que decidió hacerlos desaparecer de su vida y huir. Pronto conoció el camino del Tao, y se apartó de la vida mundana. Por suerte, la meditación del templo no había acabado con todos sus sentimientos. Su mente se debatía aún entre dos pensamientos. Por un lado, no sabía como podría corresponder a ese amor que la mariposa le ofrecía, pues su mente no podía concebir la idea de amar a un insecto. Por otro lado, las palabras de la mariposa le parecían sinceras, y a medida que pasaban los días de viaje, Tzu se sentía más atraído por el magnetismo de la mariposa. La sensación de pinchazo en el corazón se reanudaba cada vez que Chen aparecía en su mente. “¿Es posible que esto sea lo que llaman amor?” se preguntó Tzu muchas veces durante el viaje.
La leyenda cuenta que Tzu y la mariposa compartieron todo el camino hacia Pekín; y a la tarde del vigésimo-quinto día de viaje, justo cuando llegaron a los límites de la ciudad, Chiang-Tzu se había enamorado perdidamente de la mariposa Chen. Según dicen las antiguas historias, Chen se estaba despidiendo finalmente de Chiang-Tzu, creyendo que había fracasado en su intento, cuando Tzu la cogió y la depositó entre sus dedos; la acarició y acercó su cara para darle un beso al pequeño insecto. Según cuenta la historia, jamás ningún ser humano dio un beso tan romántico y tan lleno de pasión como el que dio Tzu a la mariposa aquella tarde de primavera. En cuanto hubo hecho esto, una ráfaga de aire caliente envolvió a Tzu como un remolino durante varios minutos, mientras la mariposa lo miraba con ternura.
Tzu había supuesto que ella tomaría forma humana de nuevo, según le había contado. Sin embargo, no sucedió lo que Tzu había esperado, ya que ella no se tornó humana, sino él mariposa, exactamente como en su sueño. Era una mariposa, exactamente igual que Chen, con sus vivos tonos de negro y amarillo. Finalmente, la leyenda dice que Tzu consiguió la felicidad tan ansiada. Tzu y Chen se marcharon para siempre, y pudieron disfrutar de su amor mutuo. Para entonces, Tzu ya lo había comprendido... no era Tzu soñando que era una mariposa, sino que era una mariposa soñando que era Tzu. ¿O eran las dos cosas?
Para entonces, ya le daba igual. Tenía lo que más quería, a Chen. Y ahora, finalmente, sería feliz para siempre.
“DICEN QUE AL LLEGAR LA PRIMAVERA Y SALIR LAS MARIPOSAS A JUGUETEAR CON LAS FLORES Y VOLAR POR TODOS LOS LUGARES, EN REALIDAD SON LAS ALMAS DE TZU Y CHEN QUE SE AMARÁN PARA SIEMPRE”
FIN
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